Poesía

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Nada hay absoluto, todo se cambia, todo se mueve, todo revoluciona, todo vuela y se va.
- Frida Kahlo


La chica de los dos calcetines en cada pie,
la que saltaba a la comba sin que nadie la agarrara
la que caminaba por carreteras atascadas,
evitando atropellos,
la que llevaba los zapatos en las manos
y usaba los cordones para unir vidas
y demasiadas falsas esperanzas.
La chica de los mofletes colorados,
la de los ojos verdes cantautores,
con demasiadas curvas en la comisura de la boca,
en la cintura,
en los dedos entrelazados.
La chica del moño de sofá en la calle,
la de alientos fríos en hogueras inapagables,
la que desenamora a la noche
y consigue que la persiga.
La chica de la esquina que mira entre rejas,
la curiosa sin límite,
tímida investigadora,
la que come helado en el polo norte
para remediar su espíritu destrozado,
la que recoge piezas por las calles
y las guarda en cajones sin fondo y sin llave.
La chica que le habla a las hojas,
esperando a que caigan para robarlas
y que le hagan compañía.
La chica de las manos rojas,
la que toca espinas recogiendo sangre,
la que no siente el dolor de un aliento en la nuca,
la que se baña en la lluvia que crean sus heridas.
Esa chica que vive sin ganas en los ojos,
mordiendo labios por los caminos,
la que baila por paredes de piel
y deja huellas de arena
en lugares sin sentido.
La chica de las mareas,
de las tormentas,
de las nubes que desaparecen.
Esa que pasea por las calles de Madrid,
que busca desesperada la mirada de alguien,
que la miren y se la lleven,
que se vuelva a sonrojar
y que sonría.


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