Aceras mojadas






"Se desnudó frente al ventanal de una undécima planta, 
se desprendió del temor y el deber,
y aquella sería la última vez que alguien la viera volar descalza" 
- Vanesa Martín, Mujer Océano 


Nunca había apreciado la belleza de las noches de Madrid,
hasta que me sacaste de mi cueva envenenada
y me arrastraste por las calles como despojos.

La luna alumbraba tu cara y yo,
sin perderme un detalle,
me perdía en tu mirada,
me perdía en el mapa del tesoro
que fuiste dibujando a lápiz por las aceras mojadas.

Nunca me había fijado en que la luz cálida de las bombillas
marcaba aún más tus curvas,
y yo me moría mordiéndome
para no morderte a ti, allí,
bajo la farola.

Y yo, que había disfrutado de la noche,
desde ese momento me convertí en vampiro,
me crecieron colmillos
y decidí que tú serías para siempre mi ataúd.

Nunca había caído en la cuenta de que las aventuras de noche
se convierten en más que bailes y verbenas,
que son un te pillo y me escondo,
que son un te escondes y se me va la cabeza.

Creí que correr a tu lado sería más fácil,
pero las ramas de los árboles sin hojas,
congelados en el invierno de Madrid,
me daban en la cara,
dignos adversarios que intentaban conquistarte.

Apenas pensé que una gota de agua en tu cabello,
caída de alguna parte,
podría suponer tremendo escalofrío,
que me dejó sin pulso por un momento,
que señaló la hora de cerrar el vacío.

Quizá la última copa de la noche bastó para hacerme saber
que cambiaría mis noches por vivirlas contigo,
que me comería los días
y los hundiría en las alcantarillas
con tal de respirar de ti.

Antes de ti hubo otras,
muchas otras,
que intentaron enseñarme a leer el camino,
y quizá por ti no lo aprendí,
quizá ya sabía que serías tú
con quien aprendería las vocales de los gritos.

A veces me despierto mirándote mirándome.
A veces cruzo el umbral y me convierto en tu ropa,
para que no tiembles, que de noche hace frío.
A veces pienso que vivir bajo el puente de tu lengua tampoco está tan mal.

Quizá es por eso por lo que me llaman loca.

Polvo




“Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior” - Frida Kahlo



Cuando te miras al espejo y ya no te reconoces,
es entonces cuando sabes que estás perdido.
Que tu alma se ha ido, en busca de otra,
que quería amar, o quizá solo sentirse amada por un rato.

Cuando ya no sabes distinguir el color de tus ojos,
sentir el frío en los labios o erizarte ante su tacto.
Cuando empiezas a ser otro,
en vez de ese desconocido que fingías ser antes.
cuando te invade la certeza de que ya nada volverá a su sitio.

A través de ese espejo contemplas
con tristeza y amargura
cómo las mariposas vuelan,
chocan contra el cristal de la ventana y se deshacen en polvo,
tan brillante y ardiente como eran en vida.

Ese polvo ya no se mueve,
muerto en el suelo, inerte y sin esperanza.
La esperanza de que vuelva quien antes lo recogía
y le devolvía la vida.
Porque te mira al espejo y ya no eres tú.
Eres el reflejo de alguien que vuelve a caer,
a romperse, a gritar,
a desgarrarse las heridas con tal de sentir algo.

Sentir está sobrevalorado,
quizá descatalogado,
y solo lo encontrarás en la sección de libros perdidos.
Aquellos olvidados en bancos mojados,
en cafeterías abandonadas
o en trenes con destino ninguna parte.

Y nadie pasa ya a buscarlos,
menos tú,
que eres de esos románticos empedernidos,
con sabor a tabaco y pelo enredado,
que se sienta cada tarde en la misma esquina de la misma calle,
y observa sin perderse un segundo a cada persona que sale,
que entra, que pasea, que baila,
que grita, que suspira, que tiembla, que calla.
Contemplas con descaro bajo las faldas y sobre los peinados.
Nadie te ve,
eres ese reflejo de agua acumulada tras la lluvia,
esos charcos que se saltan,
o esas gotas que caen de las azoteas.

Acompañas a quien quiera ser acompañado.
Y en ese espejo por fin encuentras a quien sí quiere,
a quien se ha quedado,
a quien observa con amargura y abraza sin reparo,
a quien llena la sala de gritos y bailes desenfrenados.

Las cenizas se convierten en mariposas
y tu alma vuelve a ti,
pero esta vez no viene sola.
Y aunque tú aún no eres tú,
y aunque quien venga tampoco lo ha logrado,
sabes que nada volverá a su sitio,
pero no importa,
sabes que te acabarás acostumbrando a ese nuevo olor,
a esa nueva vela,
cera que quema en tu espalda y te deja cicatrices,
por encima de otras que ya han curado.

Lluvia





"Torres, poned al pabellón sonrisa.
Poned ante ese mal y ese recelo,
una soberbia insinuación de brisa
y una tranquilidad de mar y cielo..." - Rubén Darío 




Besos regalas a caminantes sin destino
miradas perdidas, abrazos desesperados.
Nunca supiste aguantar las lágrimas
y ahora corren, mejillas abajo
para ver cuál es la primera en llegar a la carretera,
tierra firme sin olor a pena.

Desgarros recorren tu espalda,
llaman la atención a esos gritos que quieren ser escuchados.
Pasos en mitad de la noche y puertas que se cierran con candado,
ecos y susurros que se marchan de la mano.

Antes habrías mirado,
queriendo parar ese viento helado.
Pero ahora no importa, el aire corta,
y vestido con mantas se zarandea a tu lado.

Observas la lluvia a través de la ventana,
la melodía crea la danza de tu dedo y el cristal,
que recitan juntos frases amargas y valientes,
que saben confesiones que jamás contarás.

Te acercas despacio, necesito tocarte,
pero huyes de mi mano como pájaro espantado.
Sigo esperando que me alcances,
porque antes te habrías quedado.

Y me río de tus muecas,
de tus gestos, de tus labios
que necesitan de mí
pero se han vuelto cobardes.

Te faltó mirarme más despacio,
recorrerme sin prisas, beberme con descaro.
Te faltó gritarme, tenerme, arrancarme,
medirme las caderas, descubrir mil cuevas,
bailar a oscuras y acariciar las penas.

Te faltó insistirme un poco más,
tirarme de los hombros, arrancarme el pelo.
Te faltó besarme, repartidora de besos,
y pintarme para siempre en ese cristal empapado.  

Vacío






"Necesito sudarte como se suda un día de verano, 
como el abrigo que llega a agobiarte cuando no consigues desabrocharlo". 


Lo que más duele al final es que me mires a los ojos  y no te des cuenta.
Que me toques con esos dedos de seda y no te des cuenta de que me quemas.
Que cuando recojas mis lágrimas y no sepas que esperarán, impacientes, el día en que te las bebas.
Duele que el espejo me devuelva tu sombría presencia, que llega abrazándome por detrás, pero que cuando mire te escondas.
Cuando dices lo que quieres pero no lo que deseas, porque sabes que yo me dejo si tú te dejas.
Duele cuando el suelo cruje bajo el peso del vacío, frío y honesto, que me visita por sorpresa y rechaza el humo de un café.
Y el día que vuelvas, como pájaro migrante, te dolerán a ti tus alas porque esta necesidad amarga te arrancará una a una las plumas de tu alma mientras te devuelve a la luna.

-

Hoy no hay más que llorar, arrancarme el alma y sangrar por cada poro de esta piel.
Me apetece tirarme al vacío, dudar un segundo, plegar las alas y hundirme en el fondo del mar.
Porque si me hundo quizá mis lágrimas también se sumerjan, quizá se fundan con la sal que quema por mis venas y se despidan de mí para siempre.
Este polvo de estrella que se acumula en mi interior es áspero y me recuerda, a cada instante, la dureza de existir.
Espero que la brisa se lo lleve, que lo aleje de mí y lo disperse por el espacio para que quizá, así, se forme una nueva estrella.
Porque yo no puedo, no puedo más. Me tiembla el pulso y me fallan las piernas. Quiero abrazarme y arrancarme la piel. Salir de mí y volver a empezar.

-

Me miras y no me ves, espacio vacío frente a ti.
Te miro, espero, y quiero tu vida enredada en mi pelo.
Incendio de miel, estatua de hielo.
Mordisco febril, aroma de duelo.
Lo siento si solo quisiste una sonrisa y obtuviste un grito.
Si buscaste certeza y encontraste duda.
Si tras tanta lucha solo viste rendición.
Siento haberte querido y siento que me quisieras.
Siento haberte buscado entre sábanas mudas.
Siento haberte arañado y gemido en tu oído.
Pero tras todos esos siento, también siento que te quiero.
Siento que te fuiste y siento que me fuera.
No siento las noches amargas, las siento enteras.
Siento que si ahora mirases no me verías.
Y siento que si por mi fuera mil veces repetiría.



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