No quiero



​Ya casi es hora de que empiece a dedicarte mi insomnio. 
- Mario Benedetti

No quiero tocarte, ni verte, ni escucharte.
No quiero que me llames a las 10,
ni que me preguntes qué tal mi día.
No quiero que sepas de mí,
que digas un hola y a mí me suene a grito.
Déjate ir con la marea,
olvídate de las flores,
tira el jarrón por la ventana.
Enfádate con las ganas,
son ellas las que te empujan,
no yo.
Rodea esos brazos con vacíos e intenciones.
Atreve a esos ojos a sentir nuevas cosquillas.
No quiero verte en mi pasillo,
en las fotos de la repisa
o en mi reflejo en el agua.
No quiero recordarte,
ni a ti ni a tus besos,
los que me robaron traiciones en las noches.
No quiero que me cuentes qué piensas
y que luego me demandes darte la llave de lo mío.
No te quiero en mis sueños,
ni entrando ni saliendo.
No te quiero en la colada,
recordando calcetines agujereados
por los que cayeron nuestras ganas y nuestra vida.
No quiero acusación acercándose en silencio,
llenar de pétalos la habitación contigua,
deshacer las sábanas limpias en brotes de celos,
preparar dos cenas sin saber si tendrá sentido.
No quiero rozarte, olerte o imaginarte.
No te quiero adueñándote de mi piel,
sacándote de mí,
esperando respuestas que nunca querré darte,
apagando la vela de lo que fue
y de lo que fui.

Poesía



Nada hay absoluto, todo se cambia, todo se mueve, todo revoluciona, todo vuela y se va.
- Frida Kahlo


La chica de los dos calcetines en cada pie,
la que saltaba a la comba sin que nadie la agarrara
la que caminaba por carreteras atascadas,
evitando atropellos,
la que llevaba los zapatos en las manos
y usaba los cordones para unir vidas
y demasiadas falsas esperanzas.
La chica de los mofletes colorados,
la de los ojos verdes cantautores,
con demasiadas curvas en la comisura de la boca,
en la cintura,
en los dedos entrelazados.
La chica del moño de sofá en la calle,
la de alientos fríos en hogueras inapagables,
la que desenamora a la noche
y consigue que la persiga.
La chica de la esquina que mira entre rejas,
la curiosa sin límite,
tímida investigadora,
la que come helado en el polo norte
para remediar su espíritu destrozado,
la que recoge piezas por las calles
y las guarda en cajones sin fondo y sin llave.
La chica que le habla a las hojas,
esperando a que caigan para robarlas
y que le hagan compañía.
La chica de las manos rojas,
la que toca espinas recogiendo sangre,
la que no siente el dolor de un aliento en la nuca,
la que se baña en la lluvia que crean sus heridas.
Esa chica que vive sin ganas en los ojos,
mordiendo labios por los caminos,
la que baila por paredes de piel
y deja huellas de arena
en lugares sin sentido.
La chica de las mareas,
de las tormentas,
de las nubes que desaparecen.
Esa que pasea por las calles de Madrid,
que busca desesperada la mirada de alguien,
que la miren y se la lleven,
que se vuelva a sonrojar
y que sonría.


Recuerda




No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
- No te salves, Mario Benedetti


¿Recuerdas cuando éramos niños?
Salíamos a la calle y nos agarrábamos las manos,
empezábamos a cantar como dos locos,
a pleno pulmón
y sin importarnos nada ni nadie.
¿Recuerdas cómo siempre ganabas?
Ganabas jugando a vivir la vida con canciones,
a descubrir mundos secretos
e imaginar que éramos reyes de un reino sin límites.
Recuerda cómo nos mirábamos,
envalentonados y con picardía,
e imaginábamos esa aventura de ser mayores,
de pagar con dinero lo que en realidad valía vida,
de tirarnos piedras en vez de clavar espinas.
Recuerda aquellos días en que casi nos caemos,
caminando por el borde de un precipicio sin sendero,
los tres,
tú, ella y yo.
Éramos los dioses de las mareas,
los dictadores de un mundo sin reglas,
éramos tan libres
y sin embargo
deseábamos volar aún más alto.
Recuerda cómo fuimos millonarios por un día,
cantantes en giras mundiales
o magos sin escobas o guaridas.
Hicimos magia en aquél cuarto,
tan pequeño que solo cabíamos nosotros.
Quisimos parar el tiempo,
robarle segundos al reloj,
hacer volar la arena...
Y mientras tanto, nos hicimos mayores.
Quisimos no llorar cuando las pesadillas se hacían reales.
Quisimos cavar tumbas y esperar que aparecieran flores.
Quisimos mantener para siempre esos momentos congelados,
pero la crueldad nos visitó y vació nuestros mares.
Tú sabes y recuerdas.
Tú fuiste siempre el valiente,
el que siempre probó suerte,
el que se alejó prometiendo volver,
y volvió.
Tú fuiste mi primer baile,
mi primer beso,
mi primer experimento en un laboratorio improvisado,
mis primeras ganas de aventura,
mis primeras hojas caídas,
mis primeras manos agarradas,
piernas partidas,
alas desgarradas,
mis primeras lágrimas
y mis primeras sonrisas.
¿Recuerdas cómo prometimos para siempre?
Para siempre se rige por mareas imperfectas,
cuerdas entre dos cuchillas,
manos unidas por uñas y dedos.
Para siempre sigue siendo de momento.
Para siempre, 
mientras juguemos, 
seguiremos siendo reyes de nuestros sueños.

Demasiado




"Desde que te conozco
me como la vida a suspiros,
y vuelan cometas
donde ayer había plomo y anzuelos"
 - Diego Ojeda, Mi chica revolucionaria


A buen ritmo, pero sin prisas.
Así andan mis pasos desde hace un par de días,
desde el segundo en que te marchaste, 
cerraste la puerta y yo eché el cerrojo.

Desde ese momento me baño con frío,
me duermo seca, ligera de piel.

Ávida de sueños que me llevan al paraguas goteando tras la puerta,
a las botas abandonadas en bailes torpes hacia el sofá,
que me traigan de vuelta el sueño de los amaneceres sin sentido
o el olor del polvo acumulado, ese que nos quedó por notar.

Deseando desayunos sin humo de café 
y noches claras de nubes y sin recuerdos.

Los candados sin llave y cerraduras sin mango 
se han convertido en el olor de mis encierros,
voluntarios y bajo tierra,
con cabezas de escobas que acaban limpiando todo lo que debía quedarse.

El camión de todas las noches no se ha llevado el crujido de la madera,
lo ha dejado en el pasillo para asustarme,
una vez más, 
de puntillas.

La chaqueta verde descansaba aún en la silla,
pero la he colgado del árbol de enfrente,
por si algún día te acuerdas, te animas y te la llevas.

Los charcos que pensábamos secar a brincos los han secado los pájaros,
hambrientos de veneno, se bebieron el barro y cayeron rendidos.   

La sangre manchada de saliva que adornaba las paredes se ha ido desconchando
a la misma velocidad a la que nosotros descorchábamos las risas.

No necesito las llaves en la puerta para acordarme de no salir,
levantarme ya es un suplicio
y las cosquillas en los pies, de las que provocan lágrimas,
esas no me dejan en paz cuando intento romper las sábanas.

Debería cambiarlas, ya de paso, 
debería escurrirlas por la ventana y hacer que llueva mar.
Debería asomarme en el espejo escondido tras la puerta
y descubrirme a mí misma,
que ya casi no me acuerdo ni del tinte de mi pelo.

No tengo miedo de perder mi reflejo,
ya sabré yo si me quiero convertir en otra.

Quizá ella sea más fuerte y me regale alas de hierro,
de acero inoxidable,
alas que nadie pueda doblar.

Las piedras preciosas que encontramos por el camino
forman parte del parque de al lado,
brillan más que nunca cuando les da el sol,
será que están dispuestas a volver ser recogidas por otras manos.

Los restaurantes que nos quedaron por visitar
aún reservan la mesa por si algún día apareces y la cancelas,
y probablemente me encuentres comiendo sola,
observando las paredes por si llegan serpientes
que me regalen manzanas podridas.

Sola,
porque estar acompañada a veces molesta,
como molestaba tu camisa en mi armario
antes de que la sacara y la convirtiera en paños de cocina
para limpiar cristales donde dejaste huella.

No necesito a nadie que me diga que las miradas se han vuelto kilómetros
y que la bombilla de mi cuarto ha dejado de funcionar.

No necesito a ningún gilipollas que me quiera de desayuno en un bar,
ni a aquel que lanza silbidos,
ni siquiera al loro que no quiere callarse.

No necesito la llave del candado de mi puerta
que ya con las herramientas que dejaste me las apaño.

No necesito contar los pasos,
saber que existe el eco,
ahogarme en la bañera,
estallar las burbujas de mis ojos.
Ya lo hiciste tú por mí, y te lo agradecí demasiado poco.

Tan buena en algunas cosas,
y  tan mala a veces en demasiado.

Quemé la cocina y me olvidé de la basura,
pedí perdón mil veces a todos los que chocaban contra mí.
No era yo,
eran ellos,
que miraban distraídos la vida 
mientras yo sólo observaba al microscopio cada detalle.

Desgasté suelas contando mil historias
hasta que me cansé de las excusas
y dejé que las paredes empezaran a hablar solas,
que contaran lo vivido y te dieras por aludido,
para no tener que ser yo la mala.

Mujer Mundo




“Lo único de bueno que tengo es que ya voy empezando a acostumbrarme a sufrir…” - Frida Kahlo

A mi abuela. 


Madre de la tierra,
reina de la vida,
Ha vivido océanos y ha querido tormentas,
ha regalado su alma en cartas quemadas,
ha dejado su aliento en cuevas ajenas,
ha arañado la vida con dientes y piernas.

Fuerza de la luna,
ella es la tierra que emana de las heridas,
es la arena que vuela sin rumbo fijo,
la vela de lo barcos perdidos en océanos,
océanos de piel,
océanos de carne,
océanos vacíos,
océanos de ella.

Mira la vida con vista borrosa,
con alma de piedra.
Abre los brazos y alimenta otras almas.
Cierra la boca, queriendo callar.

Con solo un suspiro arranca la belleza
de las perlas del alba,
y respira agitada mientras cae su piel,
mientras se vuelve nieve blanca.

Las toallas rotas y los cuchillos empapados
delatan la sal que le quema por dentro.
Profundo, muy profundo,
dice ella.

Ahí en el fondo
ahí es donde guarda las vidas,
las fotos,
los llantos,
las angustias,
las sonrisas.

Helada como estatua de mármol,
sin faros donde agarrarse,
pasea el manto de angustia
y lo enseña con orgullo y espanto.

El cansancio de la carrera
empieza a pasarle factura,
y como un roble viejo,
se seca.
Monumento milenario,
restos de sombras y espinas,

clavada muy dentro lleva la vida.

Toda tú




“Esos que hablan del amor.
haciendo tantos alardes de amor,
olvidándose del amor”.
- Vanesa Martín, Mujer Océano

 A ti, que haces que la magia no acabe nunca.
5 de marzo de 2016 



Recorres mi alma,
De arriba a abajo,
La zarandeas,
Le das mil vueltas.

Te agarras con fuerza
y dejo que te quedes,
que vivas en mí,
que tus lágrimas se conviertan en mías.

Te encontré en aquella isla,
entre arena y dunas,
tan llena de mar y vacía de miedos,
y fuiste, mujer océano,
el mejor tesoro jamás hallado.

Nunca sabrás la magia que ven mis ojos
cada vez que tu canto alegra mi alma,
mi piel,
y hasta mis huesos.
Nunca sabrás cuántas veces me salvaste del naufragio,
de ahogarme en mi propia sal.
Y apareciste de la nada
llenándome de todo.

Nunca conocerás el mar en calma que destruiste,
las olas que causaste,
sustituyéndolos luego por torbellinos de emociones,
por océanos en guerra,
por mujeres pasionarias,
por arenas movedizas,
por roces, miradas y noches en vela.

No sabrás lo bonita que te haces ante mí.
Ante ellos.
Ante todos.
No sabrás que te has convertido en mi culto,
en mi religión,
mi diosa entre las diosas,
mi inspiración.

Y aunque me dejes enredarme en ti,
escarbarte el alma,
nunca podrás leer suficientes halagos en mis ojos,
ningún roce nunca será fiel traductor de este huracán.

Te dejo agarrarme la coleta,
arrancarme las palabras
y convertirlas en sollozos,
mirarme en lo más profundo
y sacar de mis calabozos todo lo que siento.

Porque no puedo evitar que tu susurro
se convierta en mi himno,
que tu baile sea lo único que quiera imitar.
No quiero evitar que encuentres la llave
para abrirme en canal,
que te adueñes de mi ser,
que me vuelvas loca con cada palabra al oído.

No quiero que acabe nunca esta magia que provocas,
este fuego que enciendes con una sola mirada.
No quiero que termine nunca esta noche
en que me muerdes,
pedacito a pedacito,
y te conviertes en mi vida.

Porque te dejo agarrar mi alma,
zarandearla,
darle mil vueltas.
Te dejo romperla y enredarla,
clavarle espejos,
enseñarle a sentir.
Te dejo que seas toda tú,
con tal de que seas tú,
en mí.

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