Demasiado
18:00"Desde que te conozcome como la vida a suspiros,y vuelan cometasdonde ayer había plomo y anzuelos"
- Diego Ojeda, Mi chica revolucionaria
A buen
ritmo, pero sin prisas.
Así andan
mis pasos desde hace un par de días,
desde el
segundo en que te marchaste,
cerraste la puerta y yo eché el cerrojo.
Desde ese
momento me baño con frío,
me duermo
seca, ligera de piel.
Ávida de
sueños que me llevan al paraguas goteando tras la puerta,
a las botas
abandonadas en bailes torpes hacia el sofá,
que me
traigan de vuelta el sueño de los amaneceres sin sentido
o el olor
del polvo acumulado, ese que nos quedó por notar.
Deseando
desayunos sin humo de café
y noches claras de nubes y sin recuerdos.
Los candados
sin llave y cerraduras sin mango
se han convertido en el olor de mis encierros,
voluntarios
y bajo tierra,
con cabezas
de escobas que acaban limpiando todo lo que debía quedarse.
El camión de
todas las noches no se ha llevado el crujido de la madera,
lo ha dejado
en el pasillo para asustarme,
una vez más,
de puntillas.
La chaqueta
verde descansaba aún en la silla,
pero la he
colgado del árbol de enfrente,
por si algún
día te acuerdas, te animas y te la llevas.
Los charcos
que pensábamos secar a brincos los han secado los pájaros,
hambrientos
de veneno, se bebieron el barro y cayeron rendidos.
La sangre
manchada de saliva que adornaba las paredes se ha ido desconchando
a la misma
velocidad a la que nosotros descorchábamos las risas.
No necesito
las llaves en la puerta para acordarme de no salir,
levantarme
ya es un suplicio
y las
cosquillas en los pies, de las que provocan lágrimas,
esas no me
dejan en paz cuando intento romper las sábanas.
Debería cambiarlas,
ya de paso,
debería escurrirlas por la ventana y hacer que llueva mar.
Debería
asomarme en el espejo escondido tras la puerta
y
descubrirme a mí misma,
que ya casi
no me acuerdo ni del tinte de mi pelo.
No tengo
miedo de perder mi reflejo,
ya sabré yo
si me quiero convertir en otra.
Quizá ella
sea más fuerte y me regale alas de hierro,
de acero
inoxidable,
alas que
nadie pueda doblar.
Las piedras
preciosas que encontramos por el camino
forman parte
del parque de al lado,
brillan más
que nunca cuando les da el sol,
será que
están dispuestas a volver ser recogidas por otras manos.
Los
restaurantes que nos quedaron por visitar
aún reservan
la mesa por si algún día apareces y la cancelas,
y
probablemente me encuentres comiendo sola,
observando
las paredes por si llegan serpientes
que me
regalen manzanas podridas.
Sola,
porque estar
acompañada a veces molesta,
como
molestaba tu camisa en mi armario
antes de que
la sacara y la convirtiera en paños de cocina
para limpiar
cristales donde dejaste huella.
No necesito
a nadie que me diga que las miradas se han vuelto kilómetros
y que la
bombilla de mi cuarto ha dejado de funcionar.
No necesito
a ningún gilipollas que me quiera de desayuno en un bar,
ni a aquel
que lanza silbidos,
ni siquiera
al loro que no quiere callarse.
No necesito
la llave del candado de mi puerta
que ya con
las herramientas que dejaste me las apaño.
No necesito
contar los pasos,
saber que
existe el eco,
ahogarme en
la bañera,
estallar las
burbujas de mis ojos.
Ya lo
hiciste tú por mí, y te lo agradecí demasiado poco.
Tan buena en
algunas cosas,
y tan mala a veces en demasiado.
Quemé la
cocina y me olvidé de la basura,
pedí perdón
mil veces a todos los que chocaban contra mí.
No era yo,
eran ellos,
que miraban
distraídos la vida
mientras yo sólo observaba al microscopio cada detalle.
Desgasté
suelas contando mil historias
hasta que me
cansé de las excusas
y dejé que
las paredes empezaran a hablar solas,
que contaran
lo vivido y te dieras por aludido,
para no
tener que ser yo la mala.
0 comentarios