Pensando en otra




Todas las veces que no pude bailar 
que bailen cuando bailo.  
– Lucas Pablo Condro y Pablo Messiez

Al final pasará,
aunque caigan las hojas mojadas
o los gusanos se coman mis entrañas.

Pasará,
como pasó aquella vez que volviste
y la otra, cuando yo me fui.

Pasará que ya no nos reconocemos,
que el tiempo que creímos amigo
nos robó todos los veranos,
que las pisadas en la lluvia
se acabarán por oír sin eco,
que cuando me busques
mis ojos sonreirán tristes,
envenenados por demasiados cuentos con finales felices.

Pasará que nuestras perdices se fugaron del corral,
que dejamos la puerta abierta
y el viento entró sin permiso
dejando los recuerdos patas arriba,
que las fotos se reirán de nuestras lágrimas
y acabaremos inundando el mundo
y marchándonos a rastras del planeta.

Pasará que yo planearé tus horas encontrando huecos entre ladrillos,
quemándome con los únicos rayos que me hacían caso,
cayéndome de espaldas con los ojos abiertos,
esperando encontrar tus brazos a medio camino.

Pasará como dijeron que pasaría,
mientras yo solo hacía caso a mis futuros contigo,
enterrando sin epitafio las flores marchitas,
pisando con ansias el mar,
recogiendo caracolas,
restos de vidas petrificadas a medio camino.

Pasará que un día me dé cuenta,
que te coja las llaves
y te deje una nota.

Que me lleve tu coche, tu vida y tu aliento,
que al oler tu perfume me vuelva la sangre,
que al sentirte sin mi se me aten muy dentro
estas ganas enfermas de volver a enfrentarte.

Pero pasará que cuando tú vuelvas
yo me habré ido
y cuando me encuentres

ya estarás pensando en otra.

Aquella tarde




En fin,
no importa,
está bien que la razón
pague las cuentas de los sueños.  
-Nelo Curti



Aquella tarde de marzo,
en aquel lugar de siempre,
donde movíamos las esquinas,
cuando se dormían las polillas
y comenzaban los bailes indecentes.

Aquella tarde el café me supo a desencanto,
las campanas se ahorraron el toque de bodas,
y tu voz, hundida en llantos,
buscaba el canto de las sirenas,
el desamargador de corazones
que a vozarrones venía por la calle.

Aquella tarde se congeló la amargura,
nos llovió en los hombros
y fuimos los únicos locos
que caminaban con paraguas
por el centro de Madrid
un día de verano.

No supimos abrazarnos
y el deseo de palabras se convirtió en dientes tiritantes,
deseantes de calor,
vagabundos sin destino,
mordeduras incitantes,
vestidos de cortinas sin dolor.

Cortinas,
las mismas donde se escondían mis ganas,
entre los que se ocultaban las llamas,
entre las que se nos escapó el despertador.

Y aún no me cabe en la cabeza
cómo no fuiste capaz de encontrarme,
si entre tanta oscuridad y rareza
era yo la única mota de brillo,
la única que te sacaba la sonrisa.

Aquella tarde, frente a un café algo aburrido,
descubrí que al mirarte Benedetti cobraba sentido,
que somos la pescadilla que se muerde la cola,
pero no te equivoques,
estamos muertos.
Nuestras cabezas decoran el suelo,
para no mordernos y arrancarnos a cachos,
que ya sabemos tú y yo que podemos.

A veces, cuando toco tus acordes,
me imagino colgada entre tu pulso y el mío,
entre las cuerdas rotas
de la que algún día
fue nuestra historia.

Aquella tarde,
en aquel lugar ya sin sentido,
donde las esquinas se esconden
y las polillas se ahogan en vasos de chupitos,
pasé de correr a desandar lo vivido,
a escupir escamas,
a desclavarme las espinas.
Pasé de bailar a admirar la danza,
de hundirme sin querer a que me inunden sin permiso.
Pasamos de tocarnos a encontrarnos,
de encontrarnos a saludarnos,
y se ahí a no conocernos.

Ya sabíamos que las polillas en los armarios,
al final,

se acaban comiendo los secretos escondidos. 

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