Polvo

11:06




“Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior” - Frida Kahlo



Cuando te miras al espejo y ya no te reconoces,
es entonces cuando sabes que estás perdido.
Que tu alma se ha ido, en busca de otra,
que quería amar, o quizá solo sentirse amada por un rato.

Cuando ya no sabes distinguir el color de tus ojos,
sentir el frío en los labios o erizarte ante su tacto.
Cuando empiezas a ser otro,
en vez de ese desconocido que fingías ser antes.
cuando te invade la certeza de que ya nada volverá a su sitio.

A través de ese espejo contemplas
con tristeza y amargura
cómo las mariposas vuelan,
chocan contra el cristal de la ventana y se deshacen en polvo,
tan brillante y ardiente como eran en vida.

Ese polvo ya no se mueve,
muerto en el suelo, inerte y sin esperanza.
La esperanza de que vuelva quien antes lo recogía
y le devolvía la vida.
Porque te mira al espejo y ya no eres tú.
Eres el reflejo de alguien que vuelve a caer,
a romperse, a gritar,
a desgarrarse las heridas con tal de sentir algo.

Sentir está sobrevalorado,
quizá descatalogado,
y solo lo encontrarás en la sección de libros perdidos.
Aquellos olvidados en bancos mojados,
en cafeterías abandonadas
o en trenes con destino ninguna parte.

Y nadie pasa ya a buscarlos,
menos tú,
que eres de esos románticos empedernidos,
con sabor a tabaco y pelo enredado,
que se sienta cada tarde en la misma esquina de la misma calle,
y observa sin perderse un segundo a cada persona que sale,
que entra, que pasea, que baila,
que grita, que suspira, que tiembla, que calla.
Contemplas con descaro bajo las faldas y sobre los peinados.
Nadie te ve,
eres ese reflejo de agua acumulada tras la lluvia,
esos charcos que se saltan,
o esas gotas que caen de las azoteas.

Acompañas a quien quiera ser acompañado.
Y en ese espejo por fin encuentras a quien sí quiere,
a quien se ha quedado,
a quien observa con amargura y abraza sin reparo,
a quien llena la sala de gritos y bailes desenfrenados.

Las cenizas se convierten en mariposas
y tu alma vuelve a ti,
pero esta vez no viene sola.
Y aunque tú aún no eres tú,
y aunque quien venga tampoco lo ha logrado,
sabes que nada volverá a su sitio,
pero no importa,
sabes que te acabarás acostumbrando a ese nuevo olor,
a esa nueva vela,
cera que quema en tu espalda y te deja cicatrices,
por encima de otras que ya han curado.

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