Excusas

12:35





Con tus superpoderes
de chica escondida.
Con mis superamores
de amor en ayunas.
Así empezó,
así empezamos. – Siempre donde quieras, Diego Ojeda



He aprendido a vender tantas excusas 
como lágrimas comió el cocodrilo,
como tormentas deshizo el huracán
o como vidas se llevó la más indefensa ola 
de la playa más desierta.

He aprendido a vender almas
con tal de aguantar la mía 
muy amarrada dentro,
esperando el momento en que yo sola 
sepa dejar de pensarte,
dejar de pensar en lo nuestro,
en lo que nunca fui capaz de decirme a la cara,
en las mentiras que le lancé al espejo 
que me miraba sin culpa.

Porque es verdad, todo fue mentira.

Es verdad.

Mentira.

Piadosa para los que creen en las oportunidades,
como esas que nos dimos 
al empujar del tira de la puerta de entrada,
al salir por el prohibido 
del aparcamiento con más atasco,
esa que se da a las flores a punto de marchitar.

No sé si tú también lo supiste,
si lo tuyo también fue un intento de algo más.

No sé si las ganas de ese beso
que se quedó a las puertas
se mudaron de alcantarilla
o si, tal vez, lo único que vimos 
fue el reflejo de la necesidad
en las pupilas del otro.

No sé si ganamos la batalla retirándonos a tiempo
o si fueron necesarios más de dos enfrentamientos
para saber que esto 
no estaba escrito 
en los libros de historia.

Quizá esas mentiras piadosas 
borraron las huellas 
de todo lo que no habíamos dicho
y quizá esas chispas que vimos 
tan solo fueron las bombillas 
muriendo en un incendio abrasador.

Un incendio que arrasó hectáreas de desierto,
pero que nos dejó vivos
en medio de escombros llenos de dudas.

Un incendio que nos dejó sin palomitas,
con música de fondo
y mucho diálogo que improvisar.

Porque allí,
sentados en el sofá de lo que nunca habíamos planeado,
nos separaba un metro y medio de mentiras con sal.

Nunca supe si las excusas me las comprabas
o si regateabas en silencio.

Siempre fuiste buen mentiroso, 
actor de la mejor escuela,
pero mejor vendedor.

Nunca sabré si luego te las creías
o las tirabas por la ventana,
o si esa copa de vino que esperaba en la mesa
ya tenía marcas de un pintalabios anterior al mío.

Más apetitoso.

Menos yo.

Nunca nos preguntamos si esto tan nuestro
en realidad no era más que un castillo de naipes,
esperando a que viniera alguien
y se llevase su carta
y derrumbase nuestras vidas
y se llevase tu maleta de debajo de la cama.

Es mejor que nos olvidemos.
¿No crees?

Es mejor que las excusas 
se las empecemos a regalar a otros.

Pero cuando te vayas,
no te lleves tu cepillo
y deja el perfume sobre la repisa.
No te olvides de regar las plantas
y pásame la manta para que no tenga frío 
en verano, cuando ya no estés.

Cuando te vayas
olvídate de todo lo que te he dicho,
avanza por la calle
y date la vuelta,
como quien no quiere la cosa,
como si tu vida se quedara
en esa ventana entreabierta
a las 2 de la madrugada.

Date la vuelta.
Aunque no sea verdad.
Aunque la manta no caliente
y el perfume ya no huela a ti.

Date la vuelta.
Aunque las persianas abiertas 
solo te recuerden pesadillas.
Aunque las cortinas saluden al viento 
y te caiga polvo en los ojos.

Aunque mi cama se ahogue.

Aunque mi cuerpo se arrastre.

Date la vuelta.

Gírate y observa.
Mira por última vez.
Aunque todo lo que se quede aquí dentro 
solo hayan sido excusas y mentiras.

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