4am

12:35





Vuestra felicidad huele a cerrado...




Cuatro de la mañana en este bus sin nombre
y aún no sé decirte dónde pasó el error
la frontera del naufragio.

Las cuatro de la mañana fue la hora de nuestros encuentros,
de los robos consentidos,
fue el momento de romper mejillas
y hundirnos en los túneles más profundos de Madrid.

Fue el mejor momento para atarnos de manos
y acabar huyendo de las cicatrices que se acumulaban,
en x infinitas,
por las calles mojadas de besos.

Encontramos nuestras mandíbulas marcadas en cada esquina,
perfecta radiografía del momento en el que nos soltamos.

Las cuatro de la mañana
marcadas por el aire frío sin paracaídas
que se arriesgaba por segundos
a perder la batalla de tus labios.

Tierra de nadie.

Las barajas repartidas,
comienza mi guerra contigo.
Y me digo a mi misma lo mismo
que llevas cantando
desde que me viste venir.

Las balas se acaban,
la sangre esparcida.
Y me empiezo a reír de la vida
y de todas las noches
que esperé para verte salir.

Salir de tu coche,
de tu casa,
con tu gata,
del bar de la esquina.
Salir de tu novia,
de tu sombra,
de tu súper.
Salir.

Las cuatro de la mañana.
Aquella hora en que nos convertimos en superhéroes,
las paredes se inflaron a golpes
y los vecinos se asomaron a los balcones
porque ya no parábamos de reír.

Era la hora de hinchar globos,
montar fiestas en el jardín prohibido de la azotea,
vigilar las estrellas para que nos bailasen.
Solo a ti y a mí.

Cuatro de la mañana.
Aún no encuentro el momento
en que dejar una nota fue 
la coma del fallo del jurado más triste.

No encuentro los libros que enseñaban
a recoger el polvo de las libélulas más amargas
que jamás he conocido.

Cuatro de la mañana de la última noche.
Un triple seco mortal
que desmarcó la casilla de mi vida
de su declaración final de la renta.

Una última reunión en el último túnel
que apaga las luces al vernos salir.

Un último cristal que llora el reflejo de globos perdidos
vagando al compás errante de las agujas del reloj.

Unas últimas risas que enmarcan 
la perfecta foto de tu obligo en mi boca
a la cuatro de la mañana la última noche que celebramos 
bailando desnudos en pleno paseo de la Castellana,
sin querer que el frío nos congelara.

Cuatro de la mañana y aún no entiendo qué hicimos
para que las flores dejaran de crecer
en este invernadero que nos montamos
entre las sábanas que aún no he cambiado
porque siguen oliendo a ti.

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